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sábado, 22 de octubre de 2011

Apple, los niños y el bloqueo

Lázaro Blanco lblanco@enet.cu La Habana.- Con el enigma del desconsuelo reflejado en el rostro y en sus manos un Ipod semi descompuesto un niño cubano mientras camina, trata de buscar la esencia de por qué en La Habana, como en tantas ciudades del mundo, no existen tiendas donde se comercialicen baratos estos portátiles, diminutos y ultramodernos equipos de música. Tampoco talleres donde reparen de forma inmediata. Desde la lejana Italia un familiar se lo trajo a manera de regalo, pero la mala suerte siempre al acecho de los desposeídos, le jugó una mala pasada al dejar de oírse de la noche a la mañana. Algo parecido le ocurrió a otro amigo con su teléfono celular táctil cuando la pantalla se apagó definitivamente y según el diagnóstico de reparadores empíricos, resulta un caso sin solución ya que el componente dañado hay que traerlo “de fuera”. Como estos, cientos de chicos y menos chicos en Cuba afrontan a diario experiencias similares. Otros están a expensas de sufrirlas en cualquier momento, justo cuando al infortunio se le antoje llamar de repente a su puerta. La escasez de tecnologías de punta para poner en sintonía a la Isla con otras regiones del mundo indigna (ya que la palabra se ha puesto de moda) aquí a muchos. El caso adquiere carácter superlativo cuando trasciende las fronteras del derecho a la vida y de hecho suman ya varios cientos de miles los cubanos muertos en los últimos 50 años como consecuencia de la incapacidad del país para acceder a determinados mercados donde adquirir el recurso indispensable para postergar una vida. El más férreo y extenso bloqueo económico, financiero y comercial de que se tenga noticia en los anales de la historia, impuesto por una superpotencia a una pequeña nación subdesarrollada es el causante directo de éstas y otras vicisitudes ante los ojos incrédulos de todo el conglomerado que conforman hoy a las Naciones Unidas. Rendir por hambre y enfermedades, mientras se socava y reblandece la postura firme del hombre que encarna la osada revolución socialista edificada a pocas millas de sus costas, es la esencia de ese macabro y despiadado engendro nacido en Estados Unidos el 3 de febrero de 1962. De entonces a la fecha cálculos conservadores estiman en cifras más de 72 mil millones de dólares el monto de los daños ocasionados. Desde una simple aspirina hasta un enrevesado software pasando por partes y piezas de repuesto, componentes industriales, materias primas, material médico quirúrgico, accesos a redes de comunicación y una interminable lista le están vedados a la isla como consecuencia de esa política genocida que -como en los campos de concentración nazi- está destinada a eliminar por hambre y enfermedades a una nación entera. La función más plañidera, entretanto, se ha reservado a los medios de comunicación durante todos estos años que al desarrollar labores de zapa, estimulan la deserción y el descontento popular en la nación al hacer creer que los sinsabores de los cubanos obedece a la inviabilidad obstinada de su revolución, fruto de un sistema de improbable capacidad de desarrollo, así como de la supuesta miopía de sus dirigentes para percatarse de ello. A pesar de todo ese andamiaje de aislamiento y demonización los éxitos de la isla se levantan como pirámides tangibles que se hunden en el cielo. Tal vez nuestros niños no puedan acceder todos a Ipod ni a las tecnologías con que Apple impacta en el mundo, pero de seguro cada mañana tienen garantizado un maestro y un aula que, aunque modestos, le enseñen por ejemplo que en español el vocablo banalidad puede ser sinónimo de vacío.

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