Aniversario 495 de La Habana
Quienes
han tenido el privilegio de ver, visitar o vivir en La Habana no podrán
evitar esa imagen de frescura en la ciudad que se despierta temprano,
con el bullicio madrugador de quienes regresan o van hacia la nueva
jornada laboral, el matutino en las escuelas, la actividad necesaria de
quienes protegen la salud de sus habitantes en los centros
hospitalarios.
Como en cualquier lugar del país, comienza su agitada vida entre los
que se esfuerzan por subir al ómnibus, se quejan de los precios en el
mercado agropecuario o se disponen a buscar un espacio para el recreo,
los ejercicios físicos y otros asuntos cotidianos.
No creo que exista una urbe más temperamental, capaz de sonreír en
medio de las peores dificultades materiales que laceran la economía
doméstica, debido a un absurdo bloqueo impuesto por el gobierno de los
Estados Unidos hace casi medio siglo.
Existen varias hipótesis relacionadas con el origen del nombre de la
capital de todos los cubanos. La más acertada se atribuye al cacique
taíno llamado Habaguanex, quien controlaba este territorio perteneciente
a su primer asentamiento, ubicado las zonas aledañas a la costa sur de
la actual provincia Mayabeque.
Otras versiones consideran que proviene de la palabra taína sabana,
pronunciada en el dialecto de los arahuacos occidentales cubanos como
jabana, la cual pasó al español actual con su significado original.
Aparentemente así denominaban los aborígenes a la comarca del sur de
La Habana y Matanzas; mientras algunos defienden la tesis, aunque menos
probable, atribuida a la palabra haven (significa puerto o fondeadero en
las lenguas germánicas). Por supuesto, muy lejos del vocablo aruaca
abana, que quería decir “ella está loca”; haciendo referencia a la
leyenda de una india llamada Guara.
Tales acepciones, responden a definiciones arcaicas como sus
legendarias piedras, en muchos casos, sepultadas bajo el asfalto de la
modernidad y, en otros, rescatados por la Oficina del Historiador de la
Ciudad para devolver esa imagen histórica de los primeros años, cuando
la villa se resguardaba tras de la muralla y el cañonazo anunciaba el
cierre de una jornada agitada.
La Villa de San Cristóbal de La Habana, fue fundada en nombre de los
Reyes de España el 16 de noviembre de 1519, por Diego Velásquez de
Cuellar. Su denominación surge de la fusión del santo escogido como
patrón, San Cristóbal, y del nombre por el cual se le conoció en sus
primeros asentamientos: Habana.
EL DILEMA DE CARLOS III
Cuando
en 1763 comenzó la construcción de la Fortaleza de San Carlos de la
Cabaña -la mayor de las construidas en el Nuevo Mundo-, las obras se
prolongaron por más de once años y con un costo enorme para su tiempo,
lo cual obligó al rey Carlos III, de España, a mantenerse pendiente,
desde la ventana de su palacio, con un catalejo para visualizar dónde se
encontraba tan cara construcción.
El encargo, sobre los hombros del ingeniero militar italiano Juan
Bautista Antonelli, posibilitó realizar una fortaleza con una posición
privilegiada que la convertía en un bastión, prácticamente,
inexpugnable.
La fortificación artillada posee un elevado número de cañones fundidos
en Barcelona en el siglo XVIII, que siguen guardando, simbólicamente, la
entrada de la Bahía.
Resultó la sexta villa fundada por la Corona Española en la Isla.
Tuvo por centro de vida oficial y pública la Plaza de Armas, a cuyo
costado y en línea con el Cristo de la Bahía, se alza El Templete, lugar
que conmemora la fundación de la capital y donde se restableció la
famosa ceiba que tantos secretos ha guardado para quienes depositan su
promesa o deseo en las 12 vueltas al árbol.
TODOS LOS NOMBRES DE UNA CIUDAD
Según las palabras del Doctor Eusebio Leal Spengler, en entrevista
concedida a Magda Resik Aguirre, publicada el 23 de noviembre de 2011,
refiere la existencia de distintos nombres en sus registros
fundacionales, a partir de investigaciones realizadas en España:
“Se encontraron, primero en la década del 80 y después ya en 1996,
dos especies de mapas: el primero, en el Archivo de Indias de Sevilla,
en que aparece la distribución de una esencial Plaza de Armas, con la
planta del Castillo de la Fuerza y sola, exenta, una gran ceiba”. Y más
adelante asegura:
“En cartas náuticas y en mapas de Cuba y de las Antillas de los años
10 y 20 del siglo XVII, todavía aparecen dos iglesias marcadas, una que
dice: “San Cristóbal”, al sur, y otra que dice: “Havana”, al norte. En
la Havana del norte se reunieron San Cristóbal y La Habana, y ya en las
Actas Capitulares que nosotros conservamos, desde julio de 1550 siempre
es en esta ciudad de San Cristóbal de La Havana –y se escribe Havana con
hache y con uve–; quiere decir, estamos hablando de La Habana del
cacique Habaguanex. De ahí viene el gran dilema de encontrar el origen
de la palabra Habana.”
Para los habaneros, nativos, visitantes o inmigrantes, el misterio de
la atractiva ciudad resulta un permanente motivo de evocación y
orgullo. Andar la Habana no es una frase hecha, sino un hecho tan
necesario como la vida que fluye en sus calles, dentro y sobre su
ecléctica arquitectura para acentuar ese ajiaco de voces y procedencias,
entre sus habitantes, que le imprime un sello único de cultura e
identidad.