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sábado, 1 de noviembre de 2014

Mi Habana

 
Hoy mi Habana se viste de largo al cumplir sus 495 años. Adagio de calles adoquinadas en la parte histórica del centro de la ciudad, bajo el pavimento de otras el tiempo encubre las huellas de moradores y visitantes. Un enciclopédico conjunto de tendencias arquitectónicas que la definen como ecléctica, pero hermosa, contrastan en sus vetustas construcciones que vuelven a ser testigos del pregonero de hoy en una evocación de quienes anunciaban sus mercancías entre murallas, ayer.
Mi Habana, testigo de leyendas como la de Cecilia Valdés, de  los pasos agitados de nuestro Héroe Nacional José Martí, de los jóvenes de la Acera del Louvre, de los abakuas que murieron por enfrentar la vileza de los estudiantes de medicina, ejecutados un 27 de noviembre, de un Mella, capaz de bracear su bahía para llegar al buque soviético que no pudo entrar en la rada por el mal gobierno seudorepublicano, de los jóvenes del Centenario, de los médicos que poblaron sus calles en consultorios y que hoy parten a cumplir disimiles misiones en ultramar, llevando la ayuda solidaria a los más necesitados en ciudades y selvas precolombinas en el Sur Latinoamericano y más allá, de los maestros transportando sus conocimientos a otras tierras del mundo con el precepto martiano “con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar…” Sería interminable la lista.
Entre sus monumentos, una pléyade de rostros y figuras conocidas de nuestra Cultura y del Mundo, pueden advertirse entre sus calles, coronadas por el vigilante Cristo de La Habana, mirando a la Giraldilla, símbolo de la ciudad. El monumento a Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Maceo, El Maine…
El Malecón, con su largo muro de concreto desnudo, que custodia la ancha avenida de 8 kilómetros de longitud y asediado por los embates de la corriente del Golfo. Este inmenso sofá que ha servido y es asiento para millares de personas que contemplan el mar azul, el paso de los buques, o el rostro amado de quien comparte un lindo momento de apreciar el ocaso, también forma parte de Mi bella Habana.
Y qué decir del Paseo del Prado, donde en tiempos pasados se asentaron majestuosas mansiones de las familias más adineradas, seguimos y nos encontramos con el Capitolio y más atrás la famosa fuente de la India.
Mi Habana es muy rica en construcciones, en ella se funden las coloniales y modernas. Hoy transita por sus calles los coches tirados por caballos, los cocotaxis, bicitaxis, los automóviles viejos y modernos. Las guaguas articuladas, conocida como los P, los taxis colectivos, etc, etc, etc
Y ahí está el Templete, testigo de la primera misa de fundación bajo una ceiba, lugar al que los habaneros, en hilera, cada año el 16 de noviembre a las 12 de la noche para agradecer o solicitar nuevas propósitos.
Mi Habana es una mezcla de ayer y de hoy. De pasado y presente. De futuro.

Consagración urbanística habanera

Según consta en el Plan Maestro para la Revitalización Integral de La Habana Vieja, la ciudad es rica en tradiciones de ordenamiento y reglamentación urbanística. Sin embargo, “dentro y en extramuros” pueden observarse todas las variantes posibles de construcción que incluye desde la profusión de la moda y continuidad de las “barba­coas”, en cualquier espacio habitacional de puntal alto, hasta el desate de una especie de huracán constructivo que colisiona contra las normas establecidas, mediante severas rachas de violaciones en fachadas y nuevas viviendas.
La necesidad del control de las regulaciones vigentes para la modificación y construcción de inmuebles tiene sus raíces históricas en las acciones del oidor Alonso de Cáceres, quien elaboró (en 1574) sus famosas Ordenanzas para el buen gobierno de la Ciudad de San Cristóbal de La Habana y de todos los pueblos de la Isla, presentadas al Cabildo habanero y promulgadas oficialmente en 1641.
Valga recordar que, durante siglos, sirvieron de modelo sobre cómo construir asentamientos en el resto de la América española.
Pero la modernidad llegó con el crecimiento de la cosmopolita urbe hasta copiar edificios de estilos avanzados que ostentaron, durante años, la primacía mundial en las edificaciones de hormigón armado como los edificios: Habana Libre y Focsa, este último considerado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana (1956, el segundo más alto del mundo en su tiempo, después de uno construido en Sao Paulo, Brasil) y restaurado hace unos años por una compleja operación constructiva.
De estas siete maravillas constructivas, la capital posee cuatro y media: el mencionado edificio Focsa (121 metros de alto), el Tunel que atraviesa la bahía (733 metros de largo), el acueducto de Albear, el túnel del alcantarillado de La Habana (1908-1915), que preveía desplazar por gravedad –y por debajo de la bahía– todos los desperdicios de la urbe, una audaz obra de ingeniería, y parte de la Carretera Central.
El crecimiento de La Habana se extendió con la Revolución. La arquitecta Pastora Núñez (Pastorita), estuvo al frente del Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas, e impulsó planes del gobierno revolucionario en la década de los 60, como el residencial Camilo Cienfuegos, los módulos habitacionales próximos a la Plaza de la Revolución y otras edificaciones en varias localidades de la ciudad.
El movimiento de microbrigadas posibilitó realizar repartos como los de Alamar, San Agustín y los edificios de Nuevo Vedado, en las décadas de los 70 y 80.
Desde 1976 –con la División Político Administrativa–, devino territorio integrado por 15 municipios y sus correspondientes barrios, casi todos con una identidad arquitectónica propia, que les permite ser reconocidos en fotografías o materiales audiovisuales.
DEL BARRIO Y LAS VOCES
Los barrios habaneros son afluentes de una forma de expresión única con relación al resto del país. Casi todos sus habitantes se consideran autóctonos, bajo el orgullo del patronímico que les funciona como atributo entre sus conciudadanos cuando necesitan expresar el origen de su “patria chica” en cualquier lugar del país o del mundo.
Tomo prestado y parafraseo el título del libro: Del barro y las voces, de la doctora Graziella Pogolotti, y cuyo nombre recuerda el de una conocida localidad, hacia el oeste, en Marianao y próximo a La Lisa.
Lamentablemente espacio no queda para más y como dice el refrán: “no se puede meter La Habana en Guanabacoa, pero nada sería el barrio sin sus voces. De esta forma, podemos epilogar al referirnos al peculiar dialecto de los habaneros y sus defensas para justificar las dislalias regionales en el uso singular del idioma materno: un trastorno en la articulación de los fonemas y la absorción de algunas consonantes que varía, en cada región de la Isla, de acuerdo con las nuevas tendencias en el uso de la lengua. Sin embargo, esta condición ha sido parte de la simpatía generada para el contrapunteo, entre provincias, hasta el punto de asumirse frases y giros idiomáticos, de todas partes, de manera que apenas permite diferenciar a nativos o recién llegados, a la capital de todos los cubanos

Hermosa todos los días

Aniversario 495 de La Habana

Quienes han tenido el privilegio de ver, visitar o vivir en La Habana no podrán evitar esa imagen de frescura en la ciudad que se despierta temprano, con el bullicio madrugador de quienes regresan o van hacia la nueva jornada laboral, el matutino en las escuelas, la actividad necesaria de quienes protegen la salud de sus habitantes en los centros hospitalarios.
Como en cualquier lugar del país, comienza su agitada vida entre los que se esfuerzan por subir al ómnibus, se quejan de los precios en el mercado agropecuario o se disponen a buscar un espacio para el recreo, los ejercicios físicos y otros asuntos cotidianos.
No creo que exista una urbe más temperamental, capaz de sonreír en medio de las peores dificultades materiales que laceran la economía doméstica, debido a un absurdo bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos hace casi medio siglo.
Existen varias hipótesis relacionadas con el origen del nombre de la capital de todos los cubanos. La más acertada se atribuye al cacique taíno llamado Habaguanex, quien controlaba este territorio perteneciente a su primer asentamiento, ubicado las zonas aledañas a la costa sur de la actual provincia Mayabeque.
Otras versiones consideran que proviene de la palabra taína sabana, pronunciada en el dialecto de los arahuacos occidentales cubanos como jabana, la cual pasó al español actual con su significado original.
Aparentemente así denominaban los aborígenes a la comarca del sur de La Habana y Matanzas; mientras algunos defienden la tesis, aunque menos probable, atribuida a la palabra haven (significa puerto o fondeadero en las lenguas germánicas). Por supuesto, muy lejos del vocablo aruaca abana, que quería decir “ella está loca”; haciendo referencia a la leyenda de una india llamada Guara.
Tales acepciones, responden a definiciones arcaicas como sus legendarias piedras, en muchos casos, sepultadas bajo el asfalto de la modernidad y, en otros, rescatados por la Oficina del Historiador de la Ciudad para devolver esa imagen histórica de los primeros años, cuando la villa se resguardaba tras de la muralla y el cañonazo anunciaba el cierre de una jornada agitada.
La Villa de San Cristóbal de La Habana, fue fundada en nombre de los Reyes de España el 16 de noviembre de 1519, por Diego Velásquez de Cuellar. Su denominación surge de la fusión del santo escogido como patrón, San Cristóbal, y del nombre por el cual se le conoció en sus primeros asentamientos: Habana.
EL DILEMA DE CARLOS III
Cuando en 1763 comenzó la construcción de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña -la mayor de las construidas en el Nuevo Mundo-, las obras se prolongaron por más de once años y con un costo enorme para su tiempo, lo cual obligó al rey Carlos III, de España, a mantenerse pendiente, desde la ventana de su palacio, con un catalejo para visualizar dónde se encontraba tan cara construcción.

El encargo, sobre los hombros del ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli, posibilitó realizar una fortaleza con una posición privilegiada que la convertía en un bastión, prácticamente, inexpugnable.
La fortificación artillada posee un elevado número de cañones fundidos en Barcelona en el siglo XVIII, que siguen guardando, simbólicamente, la entrada de la Bahía.
Resultó la sexta villa fundada por la Corona Española en la Isla. Tuvo por centro de vida oficial y pública la Plaza de Armas, a cuyo costado y en línea con el Cristo de la Bahía, se alza El Templete, lugar que conmemora la fundación de la capital y donde se restableció la famosa ceiba que tantos secretos ha guardado para quienes depositan su promesa o deseo en las 12 vueltas al árbol.
TODOS LOS NOMBRES DE UNA CIUDAD
Según las palabras del Doctor Eusebio Leal Spengler, en entrevista concedida a Magda Resik Aguirre, publicada el 23 de noviembre de 2011, refiere la existencia de distintos nombres en sus registros fundacionales, a partir de investigaciones realizadas en España:
“Se encontraron, primero en la década del 80 y después ya en 1996, dos especies de mapas: el primero, en el Archivo de Indias de Sevilla, en que aparece la distribución de una esencial Plaza de Armas, con la planta del Castillo de la Fuerza y sola, exenta, una gran ceiba”. Y más adelante asegura:
“En cartas náuticas y en mapas de Cuba y de las Antillas de los años 10 y 20 del siglo XVII, todavía aparecen dos iglesias marcadas, una que dice: “San Cristóbal”, al sur, y otra que dice: “Havana”, al norte. En la Havana del norte se reunieron San Cristóbal y La Habana, y ya en las Actas Capitulares que nosotros conservamos, desde julio de 1550 siempre es en esta ciudad de San Cristóbal de La Havana –y se escribe Havana con hache y con uve–; quiere decir, estamos hablando de La Habana del cacique Habaguanex. De ahí viene el gran dilema de encontrar el origen de la palabra Habana.”
Para los habaneros, nativos, visitantes o inmigrantes, el misterio de la atractiva ciudad resulta un permanente motivo de evocación y orgullo. Andar la Habana no es una frase hecha, sino un hecho tan necesario como la vida que fluye en sus calles, dentro y sobre su ecléctica arquitectura para acentuar ese ajiaco de voces y procedencias, entre sus habitantes, que le imprime un sello único de cultura e identidad.